Claudia era una niña aparentemente normal. Tenía diez años y le gustaba ver la televisión, jugar a los videojuegos, salir al parque, ir al cine. Vivía en una preciosa zona residencial junto a su madre, Julia, a la que adoraba, y que había tenido que hacer las veces de madre y padre, ya que este había muerto cuando la niña era aún muy pequeña.
Claudia era una niña feliz, siempre y cuando no estuviese en el cole. Era una niña muy aplicada y aunque no había sido muy sociable sus compañeros, y a todos les parecía un poco rara, siempre la habían tratado bien, hasta que llegó a sexto de primaria. Al empezar el curso les presentaron a Rubén, un niño que había repetido. A Claudia no le dio buena espina desde el principio, había algo turbio en sus ojos que hacía intuir que no era una buena persona y no tardó mucho en comprobar que estaba en lo cierto. Mientras los profesores estaban en clase, Rubén fingía ser un ángel para convertirse en un demonio en cuanto estos salían por la puerta. Les hacía la vida imposible tanto a ella como a sus compañeros. Les quitaba el material escolar, los bocadillos para el recreo, los insultaba… y lo peor era que, por alguna razón, con quien más se metía era con la pobre Claudia. La llamaba “ojos de rana”, cada dos por tres le quitaba pinturas del estuche, se burlaba de ella porque no tenía padre e incluso le hacía la zancadilla para que se cayera al suelo...