Aquí os dejo un trocito del relato con el que he participado en la Antología solidaria Isla Alejandría, os recuerdo que podéis adquirirla en Amazon por 2,99€ en versión digital y por 11,86€ en papel y de ese modo ayudaréis a que Alex pueda recibir su tratamiento, aquí os dejo el link, ISLA ALEJANDRIA, y el trocito de relato para que os piquéis jejeje.
Vuelve a mí
«Me desperté sobresaltada, agitada, empapada en sudor. Por un momento me encontré desorientada, no sabía dónde estaba. Me encontraba en una sala blanca con sillas alrededor de la pared. Alguien cogió mi mano y dijo a la vez “No pasa nada, amor”. Un poco atontada miré a la persona que la apretaba cálidamente. Una alegría inesperada recorrió todo mi cuerpo. No podía creer que fuese él. Sus hermosos ojos avellana me miraban llenos de ternura y amor. Las palabras estaban atascadas en mi garganta y él parecía tan conmocionado como yo. Sin embargo, las palabras sobraban. Después de tantos años juntos habíamos aprendido a comunicarnos sin decir ni una palabra. Por un momento vino a mi memoria el día que me pidió que me casase con él. No fue necesario que preguntase nada, ni siquiera me hizo falta ver la cajita donde se escondía aquel precioso anillo. En cuanto le vi entrar aquel día a la casa de mis padres, con esa sonrisa misteriosa que solo él es capaz de poner y me miró a los ojos… “Sí” le dije sin más besándolo, sin importarme que de un momento a otro mis padres pudiesen entrar por la puerta “¿Ni siquiera vas a dejar que te lo pregunte?” Fue todo lo que dijo cuando dejamos de besarnos sonriendo como jamás le había visto sonreír.
Dejé de soñar despierta y le miré de arriba abajo. Era extraño, estaba segura de que hacía tan solo un segundo le había visto llevando ese jersey rojo que a él tanto le gustaba y que yo odiaba. Sin embargo, ahora llevaba el mismo traje que llevaba el día que pidió mi mano. Aquello era imposible, seguramente se trataba de otro traje.
Sin decir ni una palabra él se levantó y una hermosa música comenzó a sonar. La reconocí en seguida, era la misma con la que habíamos abierto el baile de nuestra boda. Estaba embobada, así que, dejé que me llevase hasta el centro de la sala y comenzamos a bailar. Era agradable volver a sentir el calor de su cuerpo. Apoyando mi cabeza en su hombro aspiré el olor de su colonia. Siempre olía tan bien. De vez en cuando él trataba de asustarme de broma, sobre todo los primeros años que vivimos juntos, pero casi siempre le pillaba antes de que saltase enfrente de mí o me atacase por detrás tapándome los ojos. Aquella colonia le delataba. Habíamos sido tan felices».